verbobravio

“¿por qué durar es mejor que arder?” (R. Barthes) cybergubasa@yahoo.com

sábado, julio 24, 2004

Palabras medio berretas (Marzo 2002)

Suena en la radio Peter Gun de Emerson, Lake & Palmer e inmediatamente nos
veo en algún cumpleaños de 15, sentados en un patio (estábamos en una casa,
sin dudas) escuchando ese disco, leyendo la cubierta y llevando el ritmo con
los pies (como ahora).

En los ”80 un disco era, para nosotros adolescentes, música. Un redondel
negro, de aproximadamente 30 cm. de diámetro. La palabra tenía además otros
significados ya que podía referirse a un “disco de frenos”, un “disco de
masa” (aunque esta última mucho menos, los discos de masa siempre fueron
“tapas para pascualina” aunque su destino fuera otro).

El abismo generacional se hace presente: para nuestros hijos (el inevitable
parámetro) los discos son otra cosa, son –en forma casi excluyente– discos
compactos (equivalente a música) y disquettes. No tienen ni idea de lo que
es un “disco de frenos” (yo, en realidad, tampoco) y “discos de masa” suena a indefinible eufemismo. En realidad lo que habitualmente les escuchamos decir es: ¡Qué masa ese disco!.

Pero, amigos míos, a no desesperar. Algunos rituales han sobrevivido. Aún se
graban en cassette canciones de la radio? (si, ya sé, ya sé, bajan música de
Internet, fotos de sus ídolos, datos, información de la más variada, etc.
Pero eso no entra en la comparación, nosotros no teníamos nada parecido a la red).

... siguen reuniéndose en alguna casa antes de ir a bailar a la matinee, viven
con una euforia sin límites los primeros viajes solos (como si se tratara de
travesías allende los mares), se encuentran a charlar y juegan a
conquistarse con las misma mezcla de timidez y desenfado con que lo hacíamos
nosotros.

La Humanidad puede sentirse, apenas un poco, a salvo mientras sus jóvenes
reproducen ritos arcanos de ternura y solidaridad ... ¿no les parece?

sábado, julio 03, 2004

Giladitas (con guiños, je)

Alphonse y la vecina del matrimonio ruso

Esta mañana, muy temprano escuché —o creí escuchar— por la radio, en forma de crónica policial un relato que me resultó sospechosamente familiar.

La historia es ésta:

En algún momento del fin de semana un ofuscado esposo ruso llegó a la puerta (cerrada) del edificio donde vivía con su mujer —a esta altura ex mujer— la que había dado expresas indicaciones al portero para que bajo ningún aspecto le permitiera a su marido el ingreso al lugar.

Frente a este estado de cosas el esposo ruso, insistentemente, tocó el timbre de su casa; ante la falta de respuesta intentó en lo de una vecina de piso, una desprevenida octogenaria, la que finalmente le abrió.

Al llegar a la puerta de su departamento (el del matrimonio) se desató una feroz discusión entre los cónyuges.

Preocupada por la integridad física de su vecina, la anciana trató de interceder frente a lo que el furibundo ruso la emprendió contra ella, sin dejar de destilar su furia la siguó hasta el interior de su departamento (el de la anciana) donde fue encontrada, al día siguiente, muerta a consecuencia de los golpes recibidos.

Pasada la impresión que me provocó tan violento hecho me llamó, poderosamente, la atención el hecho de que no se mencionara ni al enfermero de vida licenciosa del piso de arriba ni las bondades culinarias de la víctima.

Palabras Deshabitadas (I)

La Mentira

Según el diccionario de la Lengua Española mentira es “la cosa que se dice sabiendo que no es verdad para que sea creida”.

Más temprano que tarde, en mayor o menor medida; todos mentimos.

Es, además, un acto privado, privadísimo, en tanto la mentira sea efectiva como tal.

La metira es una cosa seria.

Avancemos un poco más.

Siguiendo con el mismo diccionario MENTIR (que en español se conjuga como SENTIR) se refiere al acto de decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa.

En este punto podríamos inferir que la mentira es un acto absolutamente racional y premeditado.

Mentir es la puesta en marcha de un acto de voluntad.

El tránsito de la niñez a la adultez está signado por “mentiras blancas” (que se suponen menos mentiras por ser “limpias, inocentes, virginales” —¿acaso la mentira es algo sucio?— y están avaladas por siglos de tradición oral y un infernal, y muy efectivo, aparato de difusión publicitaria).

¿Cuántos de nosotros recordamos el momento exacto en el que descubrimos que los Reyes Magos no existían y que los regalos los compraban nuestros padres?

El sistema de revelaciones funciona y la verdad llega (en la niñez ligado, paradójicamente, a la crueldad), en el mejor de los casos, de boca de otro niño —un par— a quién le ha sido dado la propagación del misterio devenido en farsa descubierta.

A esta primera aproximación a la verdad se sucede el momento de la confirmación, que como aprenderemos después, inexorablemente ha de llegar.

Y así seguimos viviendo, creciendo, perdiendo, abrazando nuevos sueños, estrenando rituales… Hasta que un buen día mentimos el deseo. Es ahí cuando siendo hombres y mujeres poseedores —casi con certeza— de algunas verdades, nos hemos convertido en infieles, renunciando a él…

Pero esa, es otra historia.

Coqueteando...

Soy coqueta
como una brocheta de panceta
que perdió la chaveta
volando en motoneta
a conquistar otro planeta.

Sonriendo pizpireta
me choco a Alan Pauls en camiseta
que me mira y me espeta:
¿tenés una aspirineta?
porque me caí de la patineta
cuando solté la servilleta...

¿Captás, pebeta?
¡Me insinúa, el muy careta!!!!